Islas Maldivas. Foto: Veo Verde |
Siempre he sido un
espectador. Me ha gustado más mirar que participar. No es de extrañar entonces
mi afición por las formas de arte y entretenimiento que cuentan historias, como
la literatura, el cine o las series de televisión. La única excepción a esta
regla durante mucho tiempo fueron los videojuegos, ya que son interactivos, y
desde hace ya más años de los que me gustaría admitir soy un gran fan de los
juegos de rol. Esta evolución ha desembocado con el tiempo en mi gran pasión
por escribir, lo que creo que ha sido positivo. Sin embargo, sigo teniendo esa
tendencia a dar un paso atrás y contemplar las escenas de mi vida como si no
fuera yo quien las viviera, siendo un espectador externo. Y lo que más me gusta
contemplar son los lugares ordinarios en momentos extraordinarios.
Lugares que rebosan vida
y movimiento, cuando permanecen quietos y callados poseen una cualidad
melancólica que me produce fascinación. También hay lugares que no parecen nada
fuera de lo común, pero vistos a ciertas horas y desde perspectivas poco
comunes adquieren tintes extraordinarios, como si fueran lugares secretos donde
ocurren maravillas que nadie es capaz de percibir.
Son los fuertes
contrastes los que le dan a estos lugares su cualidad especial. Nadie se
extraña de que un parque de atracciones esté a rebosar de gente, pero ese mismo
parque de noche y sin un alma a la vista adquiere cualidades especiales, desde
soledad a tristeza pasando por terror. Cualquier localización, bien enfocada,
puede servir a los propósitos de un narrador imaginativo y mi autor favorito en
estos temas es Neil Gaiman.
No me gusta caer en
clichés, pero en esta ocasión voy a tirar del que se presume de conocer a un
autor antes de que fuera mainstream. No digo que haya leído todas sus obras,
pero he leído bastantes y prácticamente todo lo que ha publicado de Sandman,
así que sí, lo llevo leyendo desde hace más de 20 años y se lo recomiendo a
todo el mundo. Algunos podrán decir que Sandman no es una obra literaria, que
es un cómic y, como tal, no debería considerarlo si de escribir se trata. A
esas personas les invito a que se lean la colección principal y me cuenten
después de leerla, porque me ha producido más momentos de terror, auténtico
terror, fascinación y deleite que muchos libros.
Que en Stardust un
sencillo muro separe la existencia del mundo real y del mundo mágico, que un
desierto plagado de cristales verdes sea lo único que queda de un fabuloso
reino en África o que una posada de infinitas habitaciones aparezca para dar
cobijo a los viajeros accidentados cuando ocurren tormentas de realidades son
solo tres ejemplos de lugares en apariencia ordinarios, un muro, un desierto y
una posada, en los que ocurren sucesos extraordinarios.
En el caso de la novela
que estoy escribiendo, El Hexágono de Saturno, no he usado lugares ordinarios
concretos para convertirlos en extraordinarios. He usado el mundo entero
ordinario y a través de una ucronía lo he convertido en una sociedad
aparentemente utópica. Con esto se maximiza el componente extraordinario, pero
al estar presente en todos los aspectos de la historia, se diluye y he de
tenerlo muy presente para que a la hora de describir lugares, escenarios y
localizaciones esto no se pierda.
El recurso más obvio
siendo una novela de ciencia ficción es la tecnología. El nivel tecnológico y
científico mostrado no es solo mucho más avanzado que en el mundo real, sino
que el estilo Tesla-Punk le da un toque divergente tipo “científico loco” que,
pese a todo, tiene razón en sus propuestas. La más loca y divertida es la que
llamo “armonización cuántica”, una evolución del entrelazamiento cuántico que
permite replicar las propiedades de un elemento concreto (temperatura,
velocidad, energía…) en otra porción de ese mismo elemento sin importar las
distancias. Toda una locura.
Otro recuso sencillo y
resultón es crear obvias diferencias sobre hechos o personajes históricos
reales. Un ejemplo que aún no tengo claro si usar o no es Hitler. En la novela,
el mundo libró su última guerra en 1914 y desde entonces la humanidad al
completo empezó a disfrutar de paz, prosperidad y plenitud. En esta realidad,
las aspiraciones de juventud de Adolf Hitler de convertirse en un pintor son
colmadas y para el año 1960, año en que los hechos de la novela suceden, Hitler
es un pintor famoso del estilo de Andy Warhol, muy pop y amante de los Beatles
y la cultura hindú, de donde por cierto el nazismo se apropió de la esvástica y
que el Hitler artista ha usado como firma, aunque invertida.
Un tercer recuso menos obvio pero muy
inmersivo para lectores motivados es desarrollar palabras nuevas para conceptos
ya existentes. Por esa regla, cualquier artefacto creado desde el punto Jombar
(el momento histórico que cambia respecto de la historia original y que da
lugar a esta realidad alternativa) debe tener un nombre alternativo: máquina
computacional (MC) en lugar de ordenador o PC, aerorotor en lugar de
helicóptero, aeroscafo en lugar de avión o MCphone en lugar de smartphone.