lunes, 4 de febrero de 2019

Lugares ordinarios, momentos extraordinarios.

Islas Maldivas. Foto: Veo Verde


Siempre he sido un espectador. Me ha gustado más mirar que participar. No es de extrañar entonces mi afición por las formas de arte y entretenimiento que cuentan historias, como la literatura, el cine o las series de televisión. La única excepción a esta regla durante mucho tiempo fueron los videojuegos, ya que son interactivos, y desde hace ya más años de los que me gustaría admitir soy un gran fan de los juegos de rol. Esta evolución ha desembocado con el tiempo en mi gran pasión por escribir, lo que creo que ha sido positivo. Sin embargo, sigo teniendo esa tendencia a dar un paso atrás y contemplar las escenas de mi vida como si no fuera yo quien las viviera, siendo un espectador externo. Y lo que más me gusta contemplar son los lugares ordinarios en momentos extraordinarios.

Lugares que rebosan vida y movimiento, cuando permanecen quietos y callados poseen una cualidad melancólica que me produce fascinación. También hay lugares que no parecen nada fuera de lo común, pero vistos a ciertas horas y desde perspectivas poco comunes adquieren tintes extraordinarios, como si fueran lugares secretos donde ocurren maravillas que nadie es capaz de percibir.

Son los fuertes contrastes los que le dan a estos lugares su cualidad especial. Nadie se extraña de que un parque de atracciones esté a rebosar de gente, pero ese mismo parque de noche y sin un alma a la vista adquiere cualidades especiales, desde soledad a tristeza pasando por terror. Cualquier localización, bien enfocada, puede servir a los propósitos de un narrador imaginativo y mi autor favorito en estos temas es Neil Gaiman.

No me gusta caer en clichés, pero en esta ocasión voy a tirar del que se presume de conocer a un autor antes de que fuera mainstream. No digo que haya leído todas sus obras, pero he leído bastantes y prácticamente todo lo que ha publicado de Sandman, así que sí, lo llevo leyendo desde hace más de 20 años y se lo recomiendo a todo el mundo. Algunos podrán decir que Sandman no es una obra literaria, que es un cómic y, como tal, no debería considerarlo si de escribir se trata. A esas personas les invito a que se lean la colección principal y me cuenten después de leerla, porque me ha producido más momentos de terror, auténtico terror, fascinación y deleite que muchos libros.

Que en Stardust un sencillo muro separe la existencia del mundo real y del mundo mágico, que un desierto plagado de cristales verdes sea lo único que queda de un fabuloso reino en África o que una posada de infinitas habitaciones aparezca para dar cobijo a los viajeros accidentados cuando ocurren tormentas de realidades son solo tres ejemplos de lugares en apariencia ordinarios, un muro, un desierto y una posada, en los que ocurren sucesos extraordinarios.

En el caso de la novela que estoy escribiendo, El Hexágono de Saturno, no he usado lugares ordinarios concretos para convertirlos en extraordinarios. He usado el mundo entero ordinario y a través de una ucronía lo he convertido en una sociedad aparentemente utópica. Con esto se maximiza el componente extraordinario, pero al estar presente en todos los aspectos de la historia, se diluye y he de tenerlo muy presente para que a la hora de describir lugares, escenarios y localizaciones esto no se pierda.

El recurso más obvio siendo una novela de ciencia ficción es la tecnología. El nivel tecnológico y científico mostrado no es solo mucho más avanzado que en el mundo real, sino que el estilo Tesla-Punk le da un toque divergente tipo “científico loco” que, pese a todo, tiene razón en sus propuestas. La más loca y divertida es la que llamo “armonización cuántica”, una evolución del entrelazamiento cuántico que permite replicar las propiedades de un elemento concreto (temperatura, velocidad, energía…) en otra porción de ese mismo elemento sin importar las distancias. Toda una locura.

Otro recuso sencillo y resultón es crear obvias diferencias sobre hechos o personajes históricos reales. Un ejemplo que aún no tengo claro si usar o no es Hitler. En la novela, el mundo libró su última guerra en 1914 y desde entonces la humanidad al completo empezó a disfrutar de paz, prosperidad y plenitud. En esta realidad, las aspiraciones de juventud de Adolf Hitler de convertirse en un pintor son colmadas y para el año 1960, año en que los hechos de la novela suceden, Hitler es un pintor famoso del estilo de Andy Warhol, muy pop y amante de los Beatles y la cultura hindú, de donde por cierto el nazismo se apropió de la esvástica y que el Hitler artista ha usado como firma, aunque invertida.

       Un tercer recuso menos obvio pero muy inmersivo para lectores motivados es desarrollar palabras nuevas para conceptos ya existentes. Por esa regla, cualquier artefacto creado desde el punto Jombar (el momento histórico que cambia respecto de la historia original y que da lugar a esta realidad alternativa) debe tener un nombre alternativo: máquina computacional (MC) en lugar de ordenador o PC, aerorotor en lugar de helicóptero, aeroscafo en lugar de avión o MCphone en lugar de smartphone.

Todas estas son formas de mantener la suspensión de la incredulidad, ese pacto ficcional que autor y lector acuerdan para que la historia fluya. Porque las historias extraordinarias no necesitan de lugares extraordinarios, solo de buenos escritores.