viernes, 5 de octubre de 2018

La realidad siempre supera a la ficción

En 1997 despegó de la tierra una de las misiones más exitosas de la NASA, la sonda Cassini-Huygens. El objetivo de la sonda Cassini era estudiar el planeta Saturno y sus satélites. El objetivo de la sonda Huygens era aterrizar sobre Titán, el mayor satélite de Saturno. Ambas cumplieron y rebasaron todas las expectativas depositadas en ellas.

A finales de 2006, la sonda Cassini verificó las observaciones realizadas por las sondas Voyager en Saturno tres décadas antes, comprobando que sobre el polo norte del planeta giraba una enorme tormenta en forma de hexágono regular. Cada uno de sus lados medía en torno a trece mil ochocientos kilómetros de longitud y se sospechaba que llevaba ahí, girando pacíficamente, desde hacía mucho tiempo. Para hacernos una idea de su tamaño podemos compararlo con la Tierra. El radio medio de nuestro planeta es de seis mil trescientos setenta y un kilómetros, lo que hace que cada lado del hexágono mida algo más de mil kilómetros que el diámetro de nuestro planeta. Si calculamos las superficies del hexágono y de la circunferencia que se forma en el plano ecuatorial de la Tierra (ecuaciones muy sencillas pero que no reproduciré aquí), dentro del hexágono cabrían casi cuatro planetas del tamaño de la Tierra.

Yo me enteré dos años más tarde, porque así de rápidas vuelan las noticias relacionadas con la ciencia y la astronomía, y de inmediato me asaltó una epifanía: «¡De aquí se puede sacar una historia de ciencia-ficción cojonuda!», me dije a mí mismo, pero lamentablemente en ese momento no fui capaz de ir más allá. Y mira que lo intenté, pero no era capaz de vislumbrar más que ideas trilladas, muy poco originales, contadas un millar de veces y que no me convencían en absoluto. La dejé en reposo, a la espera de que mi yo futuro fuera capaz de encontrar la forma de hacerle justicia a esa idea.

Seis años, dos ciudades y un puñado de mudanzas después, encontré la historia que sabía que ese proverbial mármol encerraba dentro y llevo cuatro años escribiendo de forma discontinua. He tenido épocas de frenesí creativo, donde era necesario apuntar todas las ideas que me iban surgiendo, épocas de mucho pensar para que todas las ideas y detalles encajaran, épocas de escribir, escribir y escribir (siempre se puede cortar si sobra, pero si falta no puedes hacer nada) y, sobre todo, épocas de no escribir ni una palabra.

Podría parecer algo negativo, y de hecho una parte lo fue, pero la última época de sequía escritora me la he tomado con más filosofía por dos motivos: he ganado un buen montón de pasta con un trabajo muy estresante que me ha permitido viajar al extranjero (el motivo menos importante) y ya tengo claro todos los puntos de la historia. Y debo decir que una vez que en mi mente (y en mi bloc de notas y en mi procesador de texto y en mi hoja de cálculo) todo estaba contemplado, previsto e imaginado, interiormente sentí un alivio tremendo. La historia ya existía. En mi mente, eso sí, pero existía.

Ya sé de dónde viene el mundo en el que mis personajes viven y respiran, ya sé cómo son todos ellos, como actúan y piensan, como sienten y qué les motiva… y, sobre todo, se lo que les va a pasar y como va a terminar esta historia. Antes he dicho que es un alivio, pero no. Es un gustazo. Todos hemos sentido en un momento u otro de nuestras vidas esa incertidumbre a la hora del clímax, esa angustia ante el desconocimiento sobre lo que va a pasar, como van a salir de esta los protagonistas. Yo sentí esa angustia durante meses hasta que encontré una forma verosímil de resolver la situación.

Y mi tiempo me ha llevado averiguar (sí, averiguar más que imaginar) el destino de los personajes y de mi historia. Antes he necesitado saber cómo sería su mundo, para luego saber cómo son ellos. Mi experiencia a la hora de crear historias ha hecho que le de mucha más importancia a los personajes. Son ellos los que van a experimentar las cosas que les suceden, por lo que es mucho más fácil saber cómo va a reaccionar alguien cuando lo conoces de verdad. Es por eso por lo que todos los personajes que tienen un papel relevante en mis historias deben tener la suya propia. Conociendo las historias de sus vidas, como han nacido, crecido, vivido y qué sucesos han marcado sus vidas, puedo saber cómo van a reaccionar ante cualquier suceso que les plantee. Esta forma de trabajar alcanza su mayor exponente a la hora de escribir los diálogos de los personajes, porque tú puedes saber que este se lleva mal con aquel por esto o que estas dos sean amantes, pero a la hora de hablar e interactuar entre ellos llega un momento en el que son ellos los que toman el control de la conversación y tú no eres más que un escriba, levantando acta y transcribiendo lo que ellos viven y sienten. Disfruto como un enano cada vez que pasa y procuro dejarme llevar siempre que sucede. La clave es sencilla: conoce bien a tus personajes.

No conozco ninguna técnica que se parezca a esto ni a ningún escritor que la use, así que mientras que nadie me demuestre mi error o falta de conocimientos literarios, voy a bautizar a esta técnica como “El narrador y sus jugadores”, ya que cuanto más lo pienso, más se parece a jugar a una partida de rol improvisada, pero tú solo interpretando a todos y cada uno de ellos en la historia.

Os diré que me encanta la ciencia en general y la astronomía en particular, además de la ciencia-ficción y la fantasía. Escribo desde hace mucho y leo (casi) desde la cuna, pero la idea de que existiera una supertormenta con forma de hexágono, no ya en Saturno sino en cualquier planeta, no se me habría ocurrido jamás de los jamases. Es algo tan exótico que nunca te lo llegarías a plantear.

Quien ya sepa de escribir ya habrá deducido que soy un escritor de mapa. Pues os voy a contar un secreto: se equivocan. Más que de estos instrumentos tan arcaicos y anticuados, yo me considero un escritor de GPS y Google Maps, que para eso escribo ciencia-ficción. Hace cincuenta años nadie imaginaba que llegaríamos a disponer de herramientas que nos geolocalizarían en tiempo real y nos ayudasen a saber como ir de un punto a otro de cualquier ruta por diversos medios de transporte y dentro de cincuenta años no me atrevería a decir como nos moveremos ni hacia dónde, porque como ya he dicho, la realidad siempre supera a la ficción.

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